jueves, 9 de abril de 2009

EL DÍA DEL HINCHA

Por Juan Pablo Marrón

La desigualdad es el origen de todos los movimientos locales. Leonardo Da Vinci.

Las movilizaciones siempre han pactado con los efectos de la exploración de un cambio. Son la fiel muestra de la lucha en conjunto con la conciencia colectiva. Aunque, el pueblo, con sus legítimos derechos arraigados y/o incorporados todavía no posee esa madurez (por error u omisión) que le permita darse cuenta, literalmente de lo que su fornida capacidad le permite. Aún no somos todos los que salimos a la calle. Por la justicia, el trabajo, la educación, la salud o el hambre del otro. No llegamos al estadío del compromiso con el de al lado. Claro. Todavía no abordamos a la obligación con nosotros mismos.
Pisar la calle y ser protagonistas en una era que entiende más de mirar que de actuar resulta todo una novedad.
Es para todos que lo miramos por TV. Los medios han sumado gente a las movilizaciones y también la han espantado. Existieron marchas “propagandizadas” y también disminuidas a problemas de tránsito. “¡Llego tarde al trabajo!” es la exclamación del que tiene ante que el que no tiene nada. De un lado un afortunado con auto, con trabajo y con problemas menores como la demora... del otro un ejército de pobres, sin posibilidades y con problemas mayores como el hambre. El hambre que desborda, el hambre que deprime, el hambre que aminora, el hambre que duele, el hambre que mata. Aquí no son cuantiosos los que se ponen en el lugar del hombre que el sistema segrega. Porque pareciera que “el problema es del otro”.
Cuando cuatro años atrás nos cuestionábamos en la universidad o en otros ámbitos el por qué de la multitud en las marchas de Juan Carlos Blumberg, poníamos en la mesa hipótesis que tenían que ver con procesos de identificación bien marcados, con solidaridad o con el miedo de que “me pase a mi”. Ahora bien... ¿cuántos tuvieron miedo cuando Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados?... ¿cuántos se solidarizaron a raíz de la muerte de dos personas que pensaban anular la insolencia del apetito voraz?.
La movilización ha tenido sus conclusiones. Depende a quien lo molesten, depende a quien lastimen, depende a quien le convenga, serán más o menos escuchadas, parece ser el mensaje obligado que ratifican los dueños de la información descartable. Las movilizaciones serán escuchadas cuanto más fuerza tengan en su reclamo, en su justo reclamo y en el compromiso y constancia de una lucha que no debe detenerse.
Hablemos de fútbol... o de la política y el fútbol. Sufrida es la persistencia del hincha. La continuidad del hincha. Monitoreado por horarios absurdos, postergado a presencias localistas, absorbido por la latitud del costo de una localidad, cercado por el hostigamiento de las fuerzas de seguridad y curiosamente sumiso ante tanta prohibición, su apego a los colores lo seguirán enarbolando hacía individuos no contenidos en divisas políticas y arraigados a una fidelidad que los desploma pero que los renace. En el fútbol de ascenso el religioso acto de ir a la cancha todos los sábados se ha injuriado por la arbitrariedad de una medida incapaz de aportar solución alguna y está hoy ese sentimiento de apoyo colectivo siendo victima de la inquisición que alienta el abuso de la pantalla, la radio, o un tablero que se actualiza vía Internet.
En anteriores artículos, situados en Línea de 4, hemos debatido acerca del descompromiso que unía pero que a la vez desunía a los hinchas del fútbol del ascenso. Por sentirse derrotado, por creer ilusa o resignadamente que sin simpatizantes visitantes “estamos más tranquilos y mejor” o por temor a represalias que se traduzcan en derrotas adentro con aroma afuera, o sanciones que enfermen acumulaciones de puntuación. Pero...

No hay comentarios: